El 50 % de la superficie quemada en la última ola de incendios en Europa se ha localizado en áreas protegidas
Por fin se han apagado los últimos rescoldos de la temporada de incendios de este año. Pero los megaincendios de la próxima están ya en fase gestacional. Aunque ahora no copan los titulares, los incendios venideros se están incubando silenciosamente: el combustible sigue creciendo y, en cuanto la meteorología lo permita, volverán a atacar con las fuerzas renovadas.
Las cifras de este verano en el suroeste de Europa han resultado abrumadoras: más de 80 000 personas evacuadas, en torno a las 460 000 hectáreas calcinadas, una cantidad ingente aunque desconocida de casas y de granjas quemadas y, lo peor, cinco personas que ya no están con nosotros.
Hemos publicado el primer estudio que examina tanto las causas como las consecuencias de la campaña de incendios de este año en el suroeste de Europa, con el fin de prevenir desgracias futuras. Los resultados apuntan a que necesitamos un cambio en los paradigmas que nos guían para entender e interactuar con el monte.
Áreas protegidas: víctimas y verdugos
Nuestro análisis revela que el primer paradigma que debemos revisar es cómo estamos gestionando las áreas protegidas. Esto es, espacios como los parques nacionales o naturales.
El 50 % de la superficie quemada se ha localizado en áreas protegidas. Esto indica que las áreas protegidas son las grandes víctimas de los incendios forestales.
Pero la gran proporción de área quemada en áreas protegidas sugiere también que los incendios podrían estar quemando áreas protegidas de forma preferente. Dicho de otra forma: la gestión actual de algunas áreas protegidas, al no contemplar la prevención integrada frente a los incendios, podría desembocar en tipos de vegetación particularmente inflamables.
Esto no debería sorprendernos. La vegetación suele estar adaptada a los incendios y, cuando no se gestiona, se pueden generar regímenes de incendios de alta intensidad de forma natural.
Recordemos por ejemplo que uno de los incendios más grandes a nivel mundial ocurrió, de hecho, en un parque nacional. Estamos hablando de Yellowstone en 1988, cuando ardieron 321 300 hectáreas en un único complejo de incendios.
De hecho, los mayores incendios han quemado zonas tan emblemáticas como la Sierra de la Culebra y el Parque Nacional de Monfragüe en España, Serra da Estrela en Portugal y las Landas de Gascuña en Francia.
Aunque los principales afectados han sido las personas y las economías rurales, los incendios favorecen el abandono rural. Algo que, a su vez, desemboca en el crecimiento del combustible y se establece un círculo vicioso que propicia los grandes incendios.
Plantaciones: el bosque rentable también arde
Se ha defendido la gestión forestal como la mejor herramienta para prevenir incendios. El paradigma de que el bosque rentable no arde se ha utilizado en varias ocasiones para explicar, por ejemplo, por qué son raros los incendios en Soria.
Sin embargo, este año se han batido récords de área quemada en Aquitania (Francia), una zona donde abundan las plantaciones productivas de pino marítimo. Allí, el área quemada ha sido 52 veces mayor que la media a largo plazo.
La vacuna frente a los incendios no está en la gestión forestal en sí, sino en la gestión del combustible. Esto es, los incendios se propagan sobre todo por el sotobosque. Por tanto, debemos procurar mantener unas cargas de matorral y de hojarasca por debajo de los umbrales asociados a incendios de alta intensidad.
La gestión forestal clásica, entendida como la regulación de la densidad de árboles, resulta útil para disminuir la probabilidad de incendios de copas, pero no basta para reducir el combustible principal, que se da en el sotobosque (o combustible en la superficie del suelo).
El tipo de vegetación que más ha ardido este año es, precisamente, el matorral, debido a su elevada carga de combustible. Y seguidamente nos encontramos con los pinares naturales o de repoblación.
Cambio climático: catalizador de los incendios
El tercer paradigma que debemos abandonar es que los incendios actuales han sido causados por el cambio climático. Este año se han batido récords térmicos por la concatenación de olas de calor. Nuestros resultados indican valores en la humedad del combustible (esto es, en las hojas) por debajo de los mínimos históricos registrados durante casi el 50 % del verano en algunas regiones.
Además, los modelos climáticos nos indican que la temperatura de este año será la media a partir del 2035. Esto es, lo que hemos sufrido este año no es más que un previo de la nueva normalidad que está por venir.
El cambio climático es por tanto un catalizador, un acelerador del problema de los incendios forestales. Pero actúa sobre un sustrato, que es el estado de los combustibles. El cambio climático nos impone una mayor urgencia a la necesidad de gestionar el combustible para disminuir el riesgo de megaincendios futuros.
Implicaciones a nivel europeo
Actualmente la Unión Europea está desarrollando una serie de leyes y estrategias para la implementación del Pacto Verde Europeo. Entre estas destaca la Ley para la Restauración de la Naturaleza, cuya propuesta fue aprobada en junio. El texto actual propone aumentar la concentración de combustible muerto en los montes, la continuidad espacial de los combustibles y la cobertura de sotobosque. Desde el punto de visto de los incendios, estamos frente a los ingredientes para la tormenta perfecta.
Todos deseamos un buen estado de salud para el medio natural y, aunque la restauración seguramente no sea tan necesaria como la preservación de lo existente, no discutiremos su importancia. Pero la propuesta actual apenas tiene en consideración a los incendios, lo cual es vivir de espaldas a la realidad.
Decía John Lennon en Beautiful Boy que la vida es aquello que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes. Los incendios serán aquello que pase mientras planificamos el Pacto Verde, si no desarrollamos planes ambiciosos de gestión de combustible y combatimos el cambio climático.