Las víctimas humanas de la secta del bambú

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El bambú es posiblemente la única especie leñosa que se ha creído en serio eso de que la principal función de los seres es reproducirse y perpetuar sus genes. Aunque la inmensa mayoría dedican unos esfuerzos extraordinarios a producir flores y semillas, suelen procurar vivir muchos años para hacerlo una y otra vez. No sé lo que puede estimularles, ya que su forma de apareamiento no parece proporcionarles ningún tipo de placer, pero es posible verlos, incluso a edad muy avanzada, cargados de flores. Hasta el punto de que cuando sienten el riesgo de morir –por una sequía, enfermedad o herida grave- se apresuran a reunir sus últimas fuerzas para producir una última cosecha. El bambú “piensa” de otra forma. Se ha tomado de forma radical y extrema esto de la reproducción, así que una vez hecho el esfuerzo de florecer y semillar… se suicida. Es una especie de “inadaptado socioforestal”. ¿Tiene algún sentido competir y crecer durante sesenta años para, de pronto, tras una primavera favorable, llenar el bosque con sus semillas una sola vez? Aparentemente nada le impediría seguir viviendo y repetir la jugada. Los lugares en donde crece el bambú suelen ser húmedos y fértiles, y es fácil que esas condiciones favorables para que florezcan y fructifiquen se repitan a menudo. No se trata pues de una muerte por envejecimiento o enfermedad, sino seguramente de un suicidio genéticamente planificado. Lo más sorprendente es que, al igual que ocurre con otros comportamientos fanáticos, ese suicidio no es individual sino colectivo. No tengo ni idea de cómo se comunican entre sí el deseo de fructificar todos juntos, pero algo actúa como llamamiento a esa orgía final. Si ninguno de los lectores de este blog no nos ilustra un poco vamos a tener que rebuscar en la literatura científica para saberlo (no tengo tiempo ahora de hacerlo). Evidentemente el bambú saca alguna ventaja de ese extraño comportamiento. Intentar regenerarse una sola vez cada medio siglo y retirarse inmediatamente después sin esperar a saber si se ha tenido éxito o no, es una operación de alto riesgo. Si algo falla la especie se va a ver en peligro de extinción. Por lo que he visto no todos los individuos-bambúes se ven arrastrados por esta histeria colectiva y siguen su propio ritmo vital. Pero el hecho de que el comportamiento generalizado sea el de la muerte masiva y coordinada da a entender que son principalmente los genes de las que podríamos llamar sectas forestales suicidas las que tienen más éxito. Tal vez su extrema confianza en su semillado masivo se deba a que con su muerte dan rápidamente un espacio vital a los bebés bambusitos, antes de que a otras plantas les de tiempo a instalarse. Pero esta estrategia radical solamente puede tener éxito en una zona en la que no haya incendios. ¿Os imagináis que frustración si los bambúes se queman en vísperas de su fructificación? ¿Podría sobrevivir una especie que se basara únicamente en este comportamiento radical y de secta? Pero los bambúes son un poco cínicos. Aparentemente se la juegan todo a una oportunidad, en un auténtico “partido del siglo”. Pero no renuncian a reproducirse por lo bajini de otra manera, rebrotando desde las raíces, sin mostrar la espectacularidad de las flores ni la pose del suicidio. Siempre me había imaginado al bambú en paisajes más o menos tropicales. Incluso creía que, por extraño que pudiera parecer, bambú rimaba con selva y monzón. Nunca hubiera pensado encontrarlos casi en el paralelo 40 (a la latitud equivalente de Madrid o Valencia), a grandes altitudes y con inviernos tan crudos. Estamos en la “selva valdiviana”, uno de esos raros bosques templados en los que para trabajar hay que proveerse de un buen machete. La caña colihue que crece en formación densa en el sotobosque son una de las principales razones para utilizarlo. Se trata de un bambú, la Chusquea culeou, con el tallo macizo y una semilla que era molida y utilizada como harina por los indígenas mapuches. En la zona del lago Lácar los bambúes florecieron en 2001. La vez anterior lo hicieron en 1938. Poco antes de que el sotobosque quedara transformado en un cementerio de cañas secas y quebradizas el suelo se llenó de semillas.

 

Fuente: PROFOR Blogs
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